La soledad se apoderó de la plaza y el atrio de la iglesia de San Antonio de Padua. No se ve un alma, ni ‘los arranca pellejos de la plaza’. En ella sólo habitan los fantasmas de una fiesta en el pasado glorioso de grandes borracheras que terminaban en las mesas del mercado…
Por Fernando Castañeda García
sta vez no se escuchó el estallido de los fuegos artificiales a las cinco de la mañana como era costumbre, cada año, durante nueve días con sus respectivas noches -hasta hace unos cuarenta años atrás-, acompañados por la famosa banda de ‘Gayaspá’, que se caracterizaba porque a los músicos había que darles ron antes de comenzar a tocar, incluyendo al mismo ‘Gayaspá’, cuyo nombre bautismal fue Juan Jiménez.
Eran los tiempos, cuando el pueblo se llenaba de forasteros que llegaban en viejos camiones cargados de carpas, largas varas de bambú, mesas, bancos de maderas, ruletas y hasta escuálidas putas maquilladas como muñecas de trapo.
La plaza de la iglesia quedaba convertida en un gran bazar repleto de cantinas ambulantes, la rueda de la cumbiamba, las ruletas de dulces para los niños que siempre esperaban ganarse el babillo; las ruletas para los adultos donde difícilmente ganaba alguno pero perdían muchos hasta el último centavo; la vara de premio, las fritangas, los vendedores de chuzos que tenían la mala fama de estar hechos con carne de burro; los vendedores de palomitas de maíz pira, de algodón de azúcar, así como toda clase de ingenios para el azar y chucherías para endulzar el ánimo.
Todo ese desate emocional de aquel municipio que habita en la penumbra del pasado, se fue apagando desde el momento en que los moradores de los alrededores de la iglesia se quejaron, justificando que a las terrazas y jardines de sus casas se las orinaban y las habían convertido en cagaderos de borrachos, razón para que las fiestas se descentralizaran y uno se encontraba con pedazos de desorden patronal en la carrera 19 por los lados del cementerio, el American Bar, y en la plaza con actos culturales y litúrgicos.
El día 13 de junio, los actos litúrgicos eran coronados con la procesión que salía de la iglesia por la calle 15, subía por la carrera 22 y luego de pasear -en pesadas andas- a San Antonio, unas cuatro cuadras a la redonda, lo regresaba nuevamente a la iglesia para cerrar la fiesta con la quema del castillo de fuegos artificiales.
A partir de entonces la fiesta perdió el guiso de la tradición, los devotos de San Antonio se volvieron más visibles y quienes esperábamos las fiestas, dispuestos para el disfrute de nuestros cuerpos sin devoción patronal, nos dimos cuenta que nada sería como antes y que la fiesta del Santo Patrono estaba condenada al cadalso. Las solteronas que les piden el milagro de conseguirles un marido y lo tienen puesto de cabeza en algún rincón del cuarto con una vela encendida, son pocas; pues ahora las mujeres, feas o bonitas, no oran por el milagro de tener un hombre en sus camas y entre sus piernas, porque lo consiguen por internet.
Sí, esa fiesta religiosa ha ido despareciendo de manera irremediable en el tiempo y por el advenimiento de una generación de cibernautas perdida en el espacio electromagnético y, posiblemente, alejada de su acervo cultural porque no vivió las celebraciones de la fiesta del Santo Patrono.
La soledad se apoderó de la plaza y el atrio de la iglesia de San Antonio de Padua. No se ve un alma, ni ‘los arranca pellejos de la plaza’. En ella sólo habitan los fantasmas de una fiesta en el pasado glorioso de grandes borracheras que terminaban en las mesas del mercado, donde nos sentábamos a comer sancocho de bocachico frito con yuca harina, café con leche y arepas, para acostarnos con la idea de repetir la juerga del día anterior hasta el 13 de junio para ver la quema del castillo.
Hoy, como el patrono del pueblo no tiene devotos que lo paseen en pesadas andas, porque el miedo y la paranoia se apoderaron de nosotros, y las abuelas no pueden ir a la iglesia por su pan de San Antonio, para que nunca falte la comida en casa, condenados en este encierro de decretos y comparendos, cae como anillo al dedo aquello de que “Cada quien lleva su procesión por dentro”.
¡Carajo, que vaina, se jodió la fiesta del Santo Patrono! Este año, por la pandemia del coronavirus, ni el santo se escapó del encierro para evitar el contagio. El alcalde anunció que no habrá celebración litúrgica, ni siquiera virtual –como esperaban los devotos-, actos culturales, procesión por el toque de queda, ni la quema del castillo de fuegos artificiales. En la iglesia permanecen encerrados por la cuarentena desde hace tres meses, como vulgares ladrones, además de San Antonio, Jesucristo, la Virgen María, San Judas Tadeo, el Nazareno, María Magdalena, Jesús caído, ángeles y arcángeles, esperando un milagro que los libere de la aterradora soledad del encierro.